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Crónica del temblor en mí entorno, del 7 de septiembre de 2017

9 septiembre, 2020

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José Piñón Orozco

Apagué la televisión. Fui al baño. De regreso me senté a orillas de la cama y me alisté para acostarme. Vi el celular y eran la 23:49, ya agonizante el día siete de septiembre.  Estaba a punto de apagar la luz, cuando de pronto sentí que el suelo empezó a moverse en suave vaivén; fue subiendo de fuerza. Acostumbrado a los temblores no me preocupé, sin embargo, la intensidad subió, la casa empezó a sacudirse, los muebles se arrastraban, parecía escena de alguna película de terror donde el sacerdote pretende exorcizar a la chica que se convulsiona y emite un sonido gutural que atrapa y envuelve terroríficamente al espectador. Ante mis ojos se arrastraban las cosas caídas por la violenta sacudida. El sonido que se suscitaba parecía querer arrancar el edificio. El movimiento telúrico enajenó mi mente, quedé petrificado y ya no intenté moverme. Se abrió intempestivamente la puerta del cuarto:

-Profe, ¿está bien?

La voz desapareció como fugaz se había presentado, dejando la puerta abierta que permitió aclarar la obscuridad que la ausencia de luz eléctrica inundaba el cuarto.

-Sí -alcancé a contestar, pero aquella voz ya se había esfumado.

El movimiento continuaba. No sabía qué hacer, si vestirme o salir como me encontraba. Un gajo de luz brotó en mi mente. Tomé mi ropa. Me vestí con una lentitud que a mí mismo me sorprendió. Mientras tanto, oía pasos fuertes rumbo a la salida.  El sismo se había aquietado, empero, a los cinco minutos, volvió a sentirse, aunque leve.

Con una tranquilidad que cualquier héroe del cine envidiaría, tomé mis cayados y salí.

Ya afuera, me preocupé por saber de mis familiares. Tomé el celular, eran las doce de la noche, empezaba un nuevo día, y con ello, el conocimiento desagradable y doloroso de saber que varias casas se habían derrumbado a causa del terremoto. No había señal en los celulares. Marqué y marqué. Nada, los mensajes no salían. Quería enterarme de las condiciones de mis familiares. Yo estaba bien, ¿pero ellos? No desistí. Continué con mi preocupación. A las quinientas pude enterarme que ellos estaban bien, solamente con el susto que deja un fuerte temblor de 8.1 grados, según la información preliminar dada por el Sistema Nacional Sismológico de fecha: 2017-09-07; hora 23:49:17; magnitud: 8.1; epicentro: latitud: 14: 97º; longitud: -93. 94º; localización: 111 KM al suroeste de Pijijiapan, Chiapas; profundidad: 10 Km. Se asomaron los comentarios sobre el sismo: que jamás se había sentido un temblor de esa magnitud y con esas consecuencias en esta región. En fin, la charla se fue haciendo por binas. El silencio llegó cargado de pesadumbre. La luz tímida, sorprendida, de la luna, acompañaba el momento, como dando un poco de tranquilidad, si tranquilidad puede haber en ese momento de dolor e incertidumbre. Oí una voz que preguntó:

-Maestro, ¿quiere ir a ver a sus familiares? Subí tembloroso a la camioneta.

Por las calles había gente caminando, yendo a saber de sus familiares. Familias enteras salieron a sentarse en la calle, sacaron sus catres, prendieron fogatas, listos a pasar el resto de la noche en esas condiciones. Mis familiares también hacían lo propio. No hubo situación personal, aunque la referencia, si acaso, fue la de casa de mi hermano, que se inclinó, queriendo caer.

De regreso al hotel, observé muchas personas que aún estaban sentadas afuera de sus casas, en plena calle.  A las 12:04 AM -08 sep.17, SkyAlert emitió un mensaje: “ATENCIÓN: por prevención, la gente en la costa de Oaxaca y Chiapas tiene que estar preparada para posible evacuación por posible tsunami”. Quien lo recibió lo leyó a los presentes, quienes se inquietaron y se pusieron alerta, primero en espera de una réplica, y ahora, con dos situaciones que no permitían a los ahí reunidos descansar. Los minutos siguieron su destino sin piedad, se iban al abismo del cercano pasado, dejando una ciudad destruida, de donde brotaban sentimientos con profundo dolor ante la pérdida irreparable de familiares y una inquietud frente al presente. A las tres de la mañana con veinte minutos, alguien recibe información vía Watshap, que ya se llevaba 185 réplicas del sismo, y se daba una nueva ubicación del epicentro: a 157 kilómetros al sureste de Tonalá Chiapas, que en Salina Cruz las aguas del mar se habían retirado de las playas, que era posible la presencia de un tsunami. Otro acompañante, preocupado, externó que tenía trabajadores en San Mateo del Mar y que no se había podido comunicar con ellos, para avisarles del posible tsunami. ¡Ellos están pegados al mar en este momento! Quizá, si alguien de sus colaboradores hubiera tenido la iniciativa de volver, estaba la aflicción del puente que une a Ixhuatán con la población, con cierta posibilidad de estar dañado por el sismo brutal que apenas se había vivido. Con esa información del ya pronto tsunami, las personas empezaron a buscar subir a la azotea del edificio, acción que todos hicimos con la precaución necesaria. Ya arriba, unos acostados, otros sentados, pudimos admirar a la luna pálida entristecida por la situación que se estaba viviendo. De una voz se oyó decir:

-¡Qué hermosa es la luna!

-Cierto -dijo otra voz.

Todos nos quedamos callados, ceñidos con la magia que provoca la presencia de la naturaleza ante nuestros ojos desorbitados.

-Miren las nubes -dijo otra voz-, se están aborregando, aquí en Juchitán, antes, cuando era niño, cuando la gente veía esta formación, decían que iba a temblar… y temblaba.

No sé de dónde obtenían esa información, lo cierto es que sucedía.

 

El silencio invadió nuestras mentes. Ni una palabra salpicó el instante. Las nubes se fueron diluyendo. Una vez más el tiempo avanzó. Las cinco de la mañana. Los gallos empezaron a anunciar con su canto la pronta presencia de un nuevo amanecer, una nueva realidad enmarcada en el dolor, el llanto y la tristeza. A las seis con veinte minutos volvió a temblar. Sin movernos, dejamos pasar el movimiento telúrico. Pasado éste, y con un acuerdo tácito empezamos a bajar de la azotea. Quienes tenían que trabajar se prepararon para ello. La vida debe continuar. La sociedad se sacude cualquiera de los males que le aquejen; la sociedad se yergue, levanta la vista y emprende el camino que se le presenta sin importar los sufrimientos que le acompañen. No hay dolor más grande que el dejarse acobardar. Millones de judíos mandó quemar Hitler, y el pueblo judío ha sido promotora del desarrollo universal; Las bombas de Hiroshima, de Nagasaki marcan días negros, horrendos de la humanidad, sin embargo,  hoy el pueblo japonés es potencia tecnológica. Todos con la fortaleza de una actitud positiva frente a los embates de la existencia, rompen el pasado en busca de un sobresaliente futuro. Los istmeños tienen esa virtud y agallas de ser fuertes ante estas embestidas de la naturaleza,

 

 

 

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